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Chano Rodríguez, nadar para entender

Actualizado: hace 20 horas

De su pasado como miembro de los GRAPO a convertirse en uno de los deportistas paralímpicos más laureados de España, el vigués ha hecho del agua su refugio y de la vida una pelea constante


Sebastián 'Chano' Rodríguez posa para Rompiendo Barreras en el complejo deportivo Máis que Augua de Navia
Sebastián 'Chano' Rodríguez posa para Rompiendo Barreras en el complejo deportivo Máis que Augua de Navia

La vida de Sebastián ‘Chano’ Rodríguez (1957) no es una vida común. La del exnadador paralímpico es una de esas historias que parecen trazadas por el destino, como si alguien las hubiera escrito antes de ser vividas para llenar cientos de páginas. Su militancia en la banda terrorista GRAPO durante su juventud y su implicación en un asesinato —que lo llevó a ser condenado a 84 años de prisión, aunque fue indultado tras nueve— forman parte de una biografía marcada por los extremos. Durante su reclusión, una huelga de hambre de más de 400 días lo dejó parapléjico, y aquel punto de inflexión lo condujo al agua, donde encontró redención: se consagró como uno de los nadadores paralímpicos españoles más laureados de la historia, con 16 medallas.


Su último capítulo, sin embargo, lo apartó de forma definitiva de la natación profesional tras dar positivo por dopaje en abril de 2024. Desde entonces, el deportista nacido en Cádiz, pero criado desde niño en Vigo —ciudad que considera su hogar— atraviesa lo que él mismo define como una etapa “activa-reflexiva”, donde se encuentra mucho más sensato, mientras que se adapta a una nueva rutina y aspira, simplemente, a disfrutar del día a día.


Una nueva realidad

Pese a que ya no compite en la élite, Rodríguez acude casi a diario al complejo deportivo Mais que Auga, en el barrio vigués de Navia, donde todos lo conocen y donde aún conserva una calle reservada en la piscina para ejercitarse. Y es que, a sus 68 años, no ha dejado de moverse. “Mi chip todavía es el de entrenar. Y si no vengo, me siento mal”, reconoce. La costumbre pesa más que la inercia. “Mi padre decía mucho: ‘Cuando pares, te mueres. Ya descansarás cuando te mueras’. Y yo lo llevo un poco grabado”.


Ya no hay exigencia, ni competiciones, ni vuelos internacionales a la vista. Pero tampoco hay pausa total. “Nos enseñan a estar siempre activos, siempre ocupados. Pero no nos enseñan a desactivarnos, a encontrar la calma”, reflexiona. En su caso, ese proceso no ha sido sencillo. “La verdad es que ya estaba cansado de viajar. Y de competir también, porque fueron muchos años. Yo no soy una persona especialmente competitiva”, admite.


Por eso, el agua sigue siendo su refugio, su centro de gravedad. Pero la vida —la que ocurre fuera de la piscina— le exige ahora otras cosas. “Lo único que realmente me apetece es buscar una cierta tranquilidad. Porque mi vida ha sido demasiado dinámica. Ha sido mucho tiempo de reflexión y debo aprender a parar un poco”, cuenta. No es una renuncia, sino una adaptación.


Las huellas del pasado

Hablar del pasado no incomoda al nadador, pero sí lo obliga a bucear en una parte de su vida que, reconoce, aún remueve. “Sí que es verdad que, a veces, le doy muchas vueltas a ese periodo de mi vida que, sinceramente, preferiría que no hubiera existido. Pero existe. Y soy quien soy también por toda esa historia”. Lo dice sin titubeos, con la calma de quien ha aprendido a mirar hacia atrás sin esconderse, pero también sin recrearse. “Cuando tú ves mi vida, la ves desde fuera, con tu mirada. Pero es mi vida. Así que yo no la veo ni rara ni extraordinaria”.


A los 22 años, se unió a la banda terrorista GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), tras regresar de trabajar en Sudáfrica. Después de varios incidentes, en 1984 fue detenido por su participación en el asesinato de Rafael Padura, presidente de la Confederación de Empresarios Sevillanos, y fue condenado a 84 años de prisión.


Por eso, la etiqueta de “terrorista arrepentido” aún le precede. Lo sabe. Sin embargo, lo más delicado no es lo que digan los demás, sino lo que pesa por dentro. Y ahí, lo familiar ocupa un lugar clave. “Mis padres, sin quererlo, vivieron años muy complicados”. A su madre, al menos, le quedó el consuelo de verlo triunfar. “Ha podido vivir también la parte bonita: los éxitos deportivos, el reconocimiento”. Su padre, en cambio, no. “Él solo vivió la etapa de la cárcel. Y sí, muchas veces pienso en él. Si hay algo que me pesa, es eso. Qué pena que no haya podido ver esta otra parte, esta evolución”.


Luego, se encoge de hombros. No por indiferencia, sino por esa aceptación resignada que da el paso del tiempo: “Haya hecho las cosas bien o mal, ya están hechas. Lo hecho, hecho está. Y por lo demás, hay que seguir adelante. Poco a poco”.


Resiste como puedas

Rodríguez pasó finalmente nueve años entre rejas. Fue indultado en 1993, y aunque el número pueda parecer pequeño frente a la condena, los años que pasó allí dejaron huella. Profunda. “La gente no se lo puede ni imaginar. Es imposible imaginar lo que vivimos entonces. La represión, el aislamiento y el maltrato fueron brutales”.


La cárcel fue, para él, un campo de resistencia física y mental. “Allí, el único arma que teníamos para defendernos era la huelga de hambre. No teníamos nada más”, recuerda. Durante su encarcelamiento protagonizó una de más de 400 días, que lo dejó parapléjico. “Ya habíamos hecho muchas antes: de una semana, de un mes... Pero esta fue distinta. Sabíamos que iba a ser dura, que iba a ser larga, pero nunca pensamos que llegaría a ese nivel”.


El día a día era simple: sobrevivir. “Hubo momentos muy, muy duros. Lo peor eran los traslados. Cada cierto tiempo nos cambiaban de cárcel, y eso era un problema serio”. Una vez lo llevaron de Badajoz a Almería, en pleno verano. Pesaba apenas 40 kilos. “No era nada. Solo orejas y nariz. Podía tocarme la columna vertebral poniendo mi dedo en la barriga”. El director médico advirtió que no debía viajar. La respuesta del responsable fue demoledora: “Si se muere, que se muera por el camino”. Aquel traslado casi le cuesta la vida. “Me dio algo. No fue un infarto, pero sí un susto muy serio. Casi me matan”.


En medio de esa crudeza, también había momentos de desconcierto. “Los médicos no entendían nada. Pensaban que éramos anoréxicos. Pero no era por estética. Era una acción política. Una forma de pensar”. Con el tiempo, aprendieron a identificar comportamientos. “En el hospital de Carabanchel, los enfermeros venían con simpatía, te acariciaban, te ponían la mano en el hombro. Pensábamos que era afecto, empatía. Pero lo que estaban haciendo era evaluarte. Te tocaban para ver si estabas hidratado, para medir tu estado físico sin hacerte pruebas invasivas”.


Aun así, el exparalímpico no habla de trauma. No en el sentido tradicional. “No fue como un accidente de coche, que te cambia la vida en dos minutos. Lo mío fue algo paulatino”. Y no se esconde. “Soy consecuente con lo que hice. No culpo a nadie. Las decisiones fueron mías. Yo elegí ese camino, y la cárcel fue una consecuencia de mi forma de pensar. Lo mismo que esa forma de pensar me llevó allí, también me ayudó a resistir”.


Video promocional del reportaje 'Chano Rodríguez, nadar para entender'

Revivir

Cuando el deportista empezó a nadar, no imaginaba que aquello se convertiría en el eje de su vida. Nunca soñó con ser nadador. Mucho menos con ganar una medalla. “La vida es como una escalera que se sube peldaño a peldaño. Yo fui subiendo paso a paso, y así es como lo he vivido y como lo enfoco”.


Su debut paralímpico llegó en Sídney 2000, cuando ya tenía 43 años. Allí, el exrecluso se transformó en referente deportivo: ganó cinco oros en una sola edición. Le seguirían tres más en los Juegos de Atenas 2004 y una cosecha imponente en los años siguientes que acabaría por inscribir su nombre en la historia del deporte español. “El deporte me ha ayudado mucho. Incluso me ha servido para tener una forma distinta de ver la vida”, reflexiona. “Mis pensamientos siguen siendo los mismos, también mis ideas políticas. Pero ha cambiado el sistema, y hay cosas que, si tuviera que hacerlas hoy, las haría de otra manera”.


Aun así, rehúye de la etiqueta de héroe o inspiración. “Hay una palabra que no me gusta nada: ‘ejemplo’. Siempre la machaco, porque no creo que yo sea un ejemplo de nada”, afirma con convicción. Para él, el mensaje va por otro lado: “Hay que pelear, hay que luchar por lo que uno piensa y por lo que uno cree. En todos los aspectos de la vida. La vida es eso: buscar estar bien contigo mismo, en paz”.


Y todo lo conseguido no lo considera un esfuerzo. “¿Por qué? Porque es mi forma de decirle al mundo que, a pesar de los problemas que puedas tener —ya sean físicos, personales, errores del pasado, meteduras de pata, grandes o pequeñas— hay que seguir adelante. Hay que seguir peleando”.


Decir la verdad

En abril de 2024, su carrera puso punto final. Un positivo por dopaje lo apartó, de forma definitiva, de la natación profesional. La sustancia, vinculada a una medicación prescrita, fue detectada en un control rutinario. “Lo que ocurrió fue por pura confianza, por ingenuidad, la verdad. Confiaba tanto en esa persona —que desde 2010 se encargaba de mi suplementación deportiva— que nunca llegué a cuestionarlo. Jamás había tenido ningún problema de este tipo antes. Nunca quise hacer trampas”.


Acostumbrado a una trayectoria limpia, el vigués sintió que debía hablar. Contra el criterio de la Real Federación Española de Natación, el Comité Paralímpico Español y el propio Consejo Superior de Deportes, convocó una rueda de prensa. “No podía salir a la calle y seguir yendo a colegios a hablar de salud, de deporte, de disciplina... sin que esto se supiera públicamente. Quería ser transparente, aunque me habían aconsejado no decir nada”.


Desde entonces, ha reducido su presencia en centros educativos. Pero no la descarta. “En su momento retomaré ese tipo de encuentros”, asegura. Especialmente en institutos, donde disfruta e insiste en no limitar el diálogo: “Siempre les digo a los directores que es condición sine qua non que los chavales puedan preguntar cualquier tipo de cosa, sin tapujos”.


Pese a todo, se siente arropado en Vigo, donde reside con su familia. “Es muy raro que salga a la calle —a la hora que sea— y no me encuentre con una, dos o tres personas que no conozco de nada, que me saluden, que me animen, que me digan: ‘Gracias por todo lo que nos has dado'”.


Rodríguez reflexiona sobre el periodo "activo-reflexivo" que atraviesa en su vida

Lo que queda

Para Rodríguez, su modelo de felicidad perfecta no está en los podios ni en los reconocimientos. Está en lo cotidiano, en lo compartido. “Soy feliz cuando estoy con personas, con amigos. Compartiendo una cena o una charla. No hace falta mucho más, tampoco el dinero”, dice. Le cuesta concebir la vida en soledad. “Soy muy gregario, no puedo estar solo”. 


Lo sabe desde siempre, pero lo confirmó en la cárcel, durante los periodos más duros de aislamiento. “Hubo momentos tan extremos que tenía que mirarme en el espejo para saber si estaba pensando o hablando en voz alta. Si no tienes a nadie delante, ni nada que refleje tu imagen, no sabes si estás hablando contigo mismo o solo pensándolo. Es una sensación muy rara. Muy dura”


Aquellos días le dejaron claro que necesita el contacto humano. Y también el mar. “Mi felicidad más íntima tiene que ver con el mar. Estar cerca del mar, tranquilo. Dentro o fuera del agua, me da igual. Y estar con los míos, obviamente”.


Es por ello que, cuando se le pregunta cómo le gustaría que lo recordasen, no duda. Pero tampoco dramatiza. “Yo creo que en la vida, al final, te recuerdan las tres personas que tienes al lado. No muchas más. El resto… con el tiempo se olvida”.


Entonces lo resume con una frase que parece la conclusión natural de todo lo vivido: “Querría ser recordado como una persona normal. Nada más. No he hecho nada extraordinario. Hay científicos, hay personas que están dando la vida todos los días por mil causas y nunca salen en la tele. Mi mérito no es mayor que el de nadie. Lo único que me gustaría es que esas tres personas que tengo cerca recuerden lo bueno. Con eso, me basta”, concluye.


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